El viento helado de Malvinas soplaba con fuerza aquella tarde en Bahía San Carlos. Entre el frío y el olor a pólvora, Fernando Miranda caminaba entre las camillas de un hospital improvisado. Médico de la Fuerza Aérea, su misión era atender a los heridos sin importar el uniforme que llevaran. Pero ese día, en medio de la guerra y el dolor, su corazón latió distinto.
Un joven soldado argentino se encontraba herido. Había sido operado y el desaliento se reflejaba en sus ojos. Fernando se acercó, buscando aliviarle el alma tanto como el cuerpo. Quiso animarlo:
-¿Te gusta el fútbol? —le preguntó, con la esperanza de sacarlo por un instante de aquel infierno.
El muchacho, mientras era atendido, levantó la vista con esfuerzo y contestó que sí.
-¿Y de qué equipo sos?
El soldado, con las pocas fuerzas que tenía, esbozó esa sonrisa que solo nace del amor más puro.
—De Talleres.
Fernando sintió un nudo en la garganta al escuchar el nombre del equipo que también era hincha. En medio de la guerra, en un rincón perdido del Atlántico, había encontrado a un hermano no solo de patria sino también de sentimiento. Durante unos segundos, no hubo guerra, no hubo prisioneros, no hubo heridas. Solo dos almas unidas por la misma pasión, por el mismo escudo, por los mismos colores.
El momento fue tan inesperado como poderoso. Un médico inglés, al escuchar la palabra «Talleres», interrumpió la escena, intrigado.
—¿Qué significa eso? —preguntó con gesto severo, pensando en una conspiración.
Fernando sonrió. ¿Cómo explicarle que no era una clave secreta, que no era una amenaza? Le explicó que hablaban de un equipo de fútbol.
«Para mí fue una alegría enorme», recuerda Fernando, emocionado al ver las imágenes que un excombatiente británico le envió 40 años después. Imágenes que captaron el momento preciso de la charla.
Décadas después, cuando Fernando vio las imágenes de aquel momento, todo volvió a su memoria. Aquel soldado, aquel instante, aquella certeza de que en los peores momentos, el fútbol sigue siendo un refugio. Hoy, su mayor deseo es encontrar a ese joven de entonces, invitarlo a la cancha y gritar juntos un gol de Talleres, como si en ese grito se cerrara un ciclo, como si la historia los esperara para escribir su último capítulo.
Hoy, 2 de abril, día en que recordamos a nuestros héroes, esta historia nos recuerda que la identidad y la pasión nos acompañan siempre, incluso en los momentos más difíciles.
Ayer, hoy y siempre ¡LAS MALVINAS SON ARGENTINAS!
+ VIDEO: Bajo el cielo de Malvinas, un grito Matador: